Ana y sus dudas

Ana no dudaba de lo que sentía por Javier. O sí. A Ana le gustaban muchos aspectos de su manera de ser, muchas de las cosas que él le aportaba. O tal vez no tantos. Sentía que no le quería dejar, que no quería alejarle de su vida. O sí.
Ana vino a verme sumida en el más profundo caos mental y emocional. A medida que la sesión iba avanzando, ella se sentía más perdida, como en una encrucijada. Su grandísima habilidad para auto engañarse no le funcionaba conmigo. De repente la sensación que ambas teníamos, era como que ella estaba intentando convencerme a mí de que Javier era fantástico y valía mucho la pena. Como si yo ganara algo, crucificando o absolviendo a Javier. Nada más lejos de mi intención.
Como siempre hago, le dejé muy claro que no estábamos allí para decidir si él valía la pena o no. Seguro que tenía muchísimas cualidades, eso jamás lo dudaría. Estábamos allí, es decir, me había venido a ver porque no estaba bien.
Normalmente cuando alguien está bien, no tiene la necesidad de venir a verme. No estaba bien. No estaba nada bien. De hecho, Ana estaba cada día peor.
Una cosa era sentirse querida y otra muy diferente era estar asfixiada, era perder su espacio por completo, dejar de ser nada sin la existencia y la presencia de él. Al principio eso le gustó. Siempre había tenido parejas para las que no se había sentido importante, personas que la dejaban como la última de las prioridades, que no contaban con ella y que la ignoraban en cada capítulo en el que se iban sumergiendo sus vidas. Juan no era de esos. Juan le daba todo. Y pronto comprendió que todo era demasiado. Por lo menos era demasiado, porque en su caso era todo con demasiadas exigencias y sin el suficiente respeto.
No le dejaba tener su espacio, no le parecía bien que quedara con otras personas que no fuera él. Al principio parecía incluso atractiva su actitud de buscar en ella la exclusividad más absoluta, pero muy al principio también, ella se dio cuenta de que aquello iba en serio, de que aquello era real, de que su enfado no era una demostración inocente y sin importancia sino que era simplemente el inicio de una relación que podía ser grave y destructivo.
Al cabo de unas cuantas semanas, sin saber cómo ni por qué, sin que le pareciera bien ni desearlo conscientemente, Ana ya no quedaba con sus amigas. Le generaba ansiedad hacerlo, e incluso el simple hecho de pensar en hacerlo.
Y además, si él un día quería quedar con sus amigos y ella se quedaba sola, Ana se enfadaba con él, no comprendía por qué quedaba con sus amigos si ella no podía hacer lo mismo. Sin saberlo, se empezaba a comportar igual que él. Le empezaba a exigir igual que él, cosas que no encajaban con ella, cosas que ella jamás había hecho antes y cosas que ni siquiera le parecían bien.
Ana estaba desapareciendo. Una tarde volvía de Madrid a Barcelona y sentada en su asiento del tren, vio su rostro reflejado en el cristal donde estaba recostada su cabeza y por un momento se asustó. ¿Quién era aquella? ¿Dónde estaba Ana? ¿Qué estaba pasando?
Ana ya ni siquiera se reconocía. Se había perdido a si misma, ya ni siquiera recordaba cómo era antes de aquella relación. Ya ni siquiera iba a ver a sus padres. También, sutilmente, la había ido alejando de ellos. ¿Ahora tenemos que ir? Venga vamos a pasar el día en casa tú y yo solos. ¿De verdad quieres que vayamos hoy al cumpleaños de tu padre? Mira que tengo mucho trabajo y debería quedarme en casa…¿A pero tú vas a ir? Bueno…no sé, me gustaría que te quedaras conmigo ya que yo no puedo ir….¿Que quieres invitarlos? ¿Seguro? Me agobia un poco que vengan a casa y que perdamos nuestra privacidad.
Pasó de verlos una vez a la semana a verlos una vez cada dos o tres meses. Y cuando los veía, le mentía para evitar tener que dar explicaciones. ¡¡Eran sus padres!!! ¿Por qué tenía que mentir??? ¿Era eso normal? Por supuesto que no, pero a Ana le pasó lo que le pasa a todo el mundo. Llega un momento en el que ya no sabes distinguir entre lo que te parece bien y lo que te parece inconcebible. En ese punto, es donde ves que ya has llegado demasiado lejos.
Ana no quería perderle pero luchaba por conseguir que así fuera. Era una auténtica batalla interna difícil de gestionar pero que debía llevar hasta el final.
Ana necesitaba recuperarse a sí misma con urgencia, reconstruir su autoestima, volver a conectar con ella misma, recordar quién era antes de él y decidir quien quería ser a partir de aquella historia.
Cuando una persona vive algo así, cambia mucho. Al salir, uno nunca vuelve a ser el mismo. Se transforma en una mejor versión, más sabia, más fuerte, más consciente, más madura. ¿Podemos volver a equivocarnos? Por supuesto que sí. Pero probablemente serán errores diferentes, nuevos aprendizajes que se acumularan en nuestro equipaje y ayudarán a que pase lo que pase, no dejemos nunca de crecer.