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El chico del bus

  • By Silvia Congost

María era una chica normal. Exitosa en su trabajo como interiorista. Tenía una imaginación sin barreras y eso, como ella misma decía, la ayudaba a visualizar escenarios que otros, por mucho que lo intentaran, no conseguían ver.

Tenía una relación estable en la que se sentía muy a gusto. Siempre había sido de relaciones duraderas porque estas hacían que se sintiera segura y le aportaban paz, a la vez que le recordaban que había conseguido lo que todos persiguen, ese amor que te permite que no tengas que preocuparte nunca más por el miedo a la soledad.

No obstante María era una mujer con bastante inseguridad. Su autoestima no era muy buena y eso la llevaba a tener conductas que a veces pueden generar confusión. Me confesó algo que le ocurría con frecuencia pero que nunca antes había comentado a nadie.

Cada martes, al salir del despacho, cogía un bus para ir a clases de inglés. Justo en la misma parada, subía un chico que debía tener unos pocos años más que ella. Se le veía un chico simpático, siempre sonreía a todo el mundo. Al hacer cada día el mismo trayecto, se conocía con el resto de pasajeros y con el conductor. Todos le saludaban.

María, sin embargo, se aislaba detrás de sus cascos, con su música, enredada en sus pensamientos. O por lo menos intentaba parecer aislada, ya que no perdía detalle de lo que sucedía a su alrededor. Se fijó pronto el él, porque era el único del bus que la saludaba cada martes. Eso la hacía sentir bien. Sin embargo, en seguida tenía pensamientos del tipo “demasiado bajo”, “camina raro”, “dónde va con esos auriculares que parece la dama de Elche”. El chico era simplemente simpático y a ella le parecía que cuando la veía, siempre quería saludarla. Sentía que, si ella no estuviera siempre protegida por sus cascos, él probablemente le hablaría. Pero su inseguridad la hacía adoptar siempre esa actitud un tanto repelente.

Un día incluso él se sentó a su lado porque no quedaba más sitio, y ella le sonrió, pero siguió con su música en las orejas, aunque por dentro se sentía nerviosa.

Estuvo un tiempo así hasta que un día, empezó a pensar más en él. Un día que le habría podido decir algo, pero no lo hizo. Se fue a su casa y de repente, sin saber por qué, lo tenía en la cabeza. ¿Cómo sería hablar con él? ¿Y cómo sería que él estuviera interesado en ella? ¿Vivir un enamoramiento con él? Empezó a fantasear con este tipo de pensamientos, que parloteaban dentro de su cabeza. Y fue así, como se dio cuenta de que esto lo había hecho toda la vida. Fantasear.

Imaginar situaciones de enamoramiento con otras personas, imaginar que esas personas se sentían atraídas, que les gustaba. Y es que esa especie de arrogancia que desprendía María, no era más que su inseguridad, sus ganas de gustar y su miedo al rechazo, a no ser aprobada o reconocida.

Con su actitud, nadie se acercaba a ella, ni tampoco gustaba, porque lo que transmitía no era apertura y humildad sino todo lo contrario.

Es curioso como muchas personas dan una imagen de arrogancia y lo único que sienten en su interior es una profunda inseguridad. Cómo pueden parecer prepotentes y rozar la aparente estupidez, y sentirse totalmente inferiores al resto. Y es que María se preguntaba, ¿por qué soy así? ¿por qué me pasa esto? ¿por qué no puedo hablar con todo el mundo sin problema sin pensar en que voy a crear falsas expectativas o sin miedo a crearlas yo?

María se daba cuenta de que siempre, desde pequeña se recordaba igual. Insegura, inadecuada, imperfecta, inferior. Con dificultades para gustar o incluso se reían de ella a veces. Todo esto deja una huella muy profunda en nosotros. Cuando “la guapa” siempre es otra y la popular no eres nunca tú, en la adolescencia va dejando rastro.

La cuestión es que esto es un terreno peligroso. ¿Qué pasaría con María si teniendo tanta inseguridad, no adoptara esa actitud más distante? ¿Qué pasaría si el chico del Bus, viviera las barreras que ella ponía, como un reto apetecible de conseguir? Tal vez todo lo que ella veía era producto de su imaginación. Tal vez el chico la había visto pero no tenía ningún interés en ella, o tal vez sí.

La cuestión es que ella tenía una relación de pareja sana y que fantasear de esa forma con otra persona, algún día le podía traer problemas. Si nos centramos en alguien y estamos pensándolo constantemente, día tras día, esto hace que tengamos más ganas de verle. Y si lo vemos, puede que después llegue un día en el que estemos extrañamente simpáticos y abiertos y no pongamos ninguna barrera ni ningún filtro. Y al no ser algo natural, puede generar expectativas extrañas en uno mismo o en el otro.

Y también puede ser que, si María no hubiera tenido pareja, hubiera actuado igual, pero al mostrar él un poco de interés más claramente, ella cayera rendida ante sus palabras de galanteo. Cuando una no está acostumbrada a que la llamen “princesa” o “corazón” y de repente va uno y te lo dice, es fácil que el corazón te de un vuelco y sientas las mariposas en el estómago. Aunque sea por una persona que ni siquiera te gustaba. Que ni siquiera te gusta, porque aún no lo conoces bien o nada….

¿Qué puede pasar si coqueteamos con el deseo oculto detrás de nuestras inseguridades?

Tags:amorautoestimarelaciones
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Silvia Congost

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