Cuando sufrí dependencia emocional
La dependencia emocional es mucho más que una adicción. Es una angustia en el pecho que te exprime hasta el último ápice de libertad. Te controla, te posee, te domina. Es una guerra con pocas salidas, aunque sin embargo, siempre las hay.
Te destruye, te aísla, te corrompe y a menudo te lleva a ser lo que jamás habrías querido ser, a actuar como no habrías imaginado y a comportarte de manera irracional y enfermiza.
Sufrir dependencia emocional me dio la oportunidad de vivir en el más oscuro de los infiernos. Sentir que quieres estar con una persona pero al mismo tiempo sentir que quieres alejarte de ella, sentir que deseas que aquella relación funcione pero saber perfectamente que nunca ha funcionado, agarrarte a un sueño imaginado que ves desaparecer con la más suave brisa.
Desesperación, angustia, miedo, tristeza, posesión, celos, inseguridad, frustración, soledad y locura.
Cuando sufrí la dependencia emocional, tuve que enfrentarme cara a cara con la tan temida soledad. Me dolía, me ahogaba, me torturaba. Y cuanto más miedo le tenía, más me agarraba a él y más sola me quedaba. Perdí muchas amistades durante ese período. Mentí, manipulé y me convertí en la peor versión de mi misma sin ni siquiera darme cuenta. O sí, pero aunque lo viera, me sentía incapaz de hacer nada al respecto.
Estaba perdida y mi cuerpo se destruía hasta que enfermó. De hecho aún conservo en mi interior las huellas de aquella triste historia.
Pero un día, sin saberlo, movida por mi desesperación, por mis ganas de vivir y de crecer y de sanarme, vi la luz. Y esa luz me ayudó a comprender todo aquel entramado de emociones incoherentes y sentimientos irracionales. Una maraña tóxica que poco a poco estaba acabando conmigo. Pero vi la luz. Y comprendí. Y la comprensión me acercó a la salida que tanto había deseado. Y al salir, de repente, me di cuenta que podía ver. Veía todas aquellas almas a mi alrededor que tenían mi mismo rostro, que se agarraban con fuerza a su corazón porque les dolía en lo más profundo. Almas perdidas, confusas, angustiadas y aparentemente enloquecidas.
Y fue en ese momento cuando lo supe. Supe que esa era la pieza que faltaba en mi rompecabezas. Ese era mi camino. Ese era el camino. Y lo caminé y de hecho lo sigo caminando hasta que no me queden fuerzas, porque es lo que realmente da sentido a mi vida.
Cuando sufrí dependencia emocional no lo sabía, pero hoy lo sé. Mi soledad me acompaña y admito que a veces me vuelve insegura, pero ya no me da miedo. Y si me da miedo me enfrento a él con todo mi valor y al hacerlo este se esfuma, sin más.
Hoy se que con las herramientas adecuadas todos podemos aprender a apostar por nosotros y salir de una dependencia tóxica y os aseguro que cuanto antes lo hagamos, mucho mejor.
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