El sorprendente caso de Vanesa
Vanesa vino a verme un día lluvioso de primavera. Nada más entrar en mi despacho pude ver el sufrimiento que desprendía su mirada, a través de sus ojos verdes y cansados.
Era una mujer preciosa, muy inteligente y que desprendía una elegancia particular. Trabajaba como abogada para una multinacional en Barcelona, y pude comprobar que realmente amaba su trabajo.
Me explicó que venía porque ya no podía más, porque creía que si no hacía algo definitivo y rotundo, que la sacudiera de verdad, tenía la sensación de que se iba a volver loca. A pesar de que su trabajo la llenaba muchísimo y que le dedicaba la mayor parte de las horas del día, había algo que la atormentaba de manera constante: la ruptura con su ex pareja.
Había estado diez años casada con Juan Antonio, un hombre aparentemente perfecto según la mirada de cualquiera, pero que la acabó arrastrando hasta los límites del maltrato psicológico.
“Es curioso porque parece que a según quien esto no le puede pasar nunca, parece que si eres una mujer guapa, inteligente, con una carrera profesional exitosa, con un sueldo envidiable, tienes todo muy claro y nunca permitirás según qué cosas. Y claro, así lo veía yo también, pero, no se cómo ni de qué manera esas personas se van colando en tu vida de una forma que no les quieres pero les dejas pasar, no puedes evitarlo, van entrando hasta controlarlo todo y anularte por completo. Hasta el punto de no ser capaz de decirles que se vayan. Es tan irracional y me avergüenza tanto haber llegado hasta este punto.“
Mientras Vanesa me explicaba su historia, intenté hacerle ver lo importante que era que alguien como ella hubiera pedido ayuda, que hubiera decidido ir a explicarlo a un desconocido para que le diera herramientas. La vergüenza que sentimos cuando hemos llegado a tolerar según qué cosas puede ser tan grande que jamás nos atrevamos a explicarlo. Y esto aún empeora nuestro pronóstico, por supuesto, porque seguimos con esa vergüenza y ese dolor apretándonos por dentro, ahogándonos con nuestro propio llanto.
“Llegué a normalizar cosas como que me llamara tarada mental o consentida de mierda. Y eso por no hablar de los numerosos insultos que soltaba cuando no hacía lo que él quería. Me decía lo que podía o no podía ponerme para vestir, qué escotes le parecían bien y cuáles los utilizaba solamente para que los hombres vinieran tras de mí. No podía llevar faldas por encima de la rodilla ni tacones. Una pesadilla. ¿Sabes que incluso un día, en un restaurante me dijo lo que podía o no podía comer? Me dijo lo que yo tenía que pedir, ¿te lo puedes creer? Y claro, para evitar que me hiciera un numerito allí en medio de otras parejas aparentemente felices, decidí hacer lo que él quería, pero puedo asegurarte que en ese momento sentí una parte de mí morir en mi interior.”
Era su dignidad. Vanesa perdía cada día un poquito más de su dignidad con ese hombre. Y es que no importa que se llame Juan Antonio o que se llame Amanda, da igual si es hombre o mujer, la situación es exactamente la misma y nos lleva hacia nuestra más absoluta decadencia.
Esa noche Vanesa sintió que había tocado fondo. No podía ni quería aguantar ni un día más aquella situación. Sabía que él no iba a cambiar. Me explicó que fue en ese momento, que cayó en sus manos mi libro ‘Cuando amar demasiado es depender‘ y comprendió que ella le había elegido de aquella forma por lo que esperar un cambio tampoco era demasiado coherente. Lo único que importaba era que ya no quería más de aquello, no iba a tolerar nunca más aquella situación. Se enfrentaría a lo que hiciera falta hasta volver a saborear la absoluta libertad.
Él la había amenazado varias veces diciéndole cosas como “si me dejas, no voy a tardar ni una semana en estar con otra que seguro que te dará mil vueltas en todo”. Y esa idea a ella la aterraba. Imaginárselo con otra era impensable, insoportable, imposible. Y por eso seguía aún a su lado. Pero esa noche sabía que había tocado fondo de verdad. Si le dolía la idea de imaginarle con otra, aprendería a vivir con ello, pediría ayuda para que el dolor desapareciera. Ya no le importaba el precio, solo quería liberarse.
Logró salir por sí misma, pero finalmente me llamó porque se dio cuenta que algo no iba bien. Me explicó que ya hacía nueve meses desde que le había dejado y que no habían tenido más contacto, pero que no podía quitárselo de la cabeza. Incluso no estaba segura de no volver con él si él se lo pidiera.
Sabía que él había empezado a salir con una chica quince años más joven, una modelo de 25 años, y solo hacían que colgar fotos en las redes sociales. Ella lo miraba cada día, no podía dejar de hacerlo, aunque le doliera en lo más profundo. Se creó un perfil falso para seguirlo y así no verse descubierta, pero claro, el problema era evidente.
Le expliqué que, aunque no le viera directamente, estar al día de su vida a través de las redes sociales era lo mismo. Recibía información de manera constante y eso no le permitía pasar página. Le tenía en la cabeza en todo momento. Además, cuando quedaba con amigas hablaba sobre todo lo que había descubierto, lo cual, aún añadía más ansiedad al asunto.
¡En realidad, era como si siguiera teniéndole con ella! Y al hacer eso, al focalizarse en todo lo que le daba rabia, porque le veía feliz con la otra mujer, eso la conectaba con lo feliz que sería ella si no le hubiera dejado, por no hablar de lo poco que le costó a él, olvidarla y encontrar a otra.
Se centraba en lo positivo que veía en él (sin olvidar que a su lado no le veía nada positivo), y por supuesto, su autoestima se vio aniquilada por completo al tomar conciencia que no le costó nada olvidarla y sustituirla, que no lo pasó nada mal cuando le dejó, que tal vez incluso lo había sentido como que le hizo un favor…
Tuvimos que hacer un proceso para reconstruir su autoestima, pero fue en el mismo momento en el que Vanesa conectó con la auténtica realidad de su relación, que sucedió ese “despertar” tan maravilloso que buscaba. Pudo ver su relación como lo que fue: un auténtico infierno al que no deseaba volver bajo ningún concepto. Y así saboreó, por fin, la libertad más grande, esa con la que tanto había soñado durante la relación. La liberación que la hizo libre de verdad, la que la liberó de las duras cadenas del maltrato y la pérdida de dignidad.
Y Vanesa, por fin, volvió a sonreír, volvió a ilusionarse, volvió a soñar y volvió a brillar. Este nuevo caso que os explico lo he titulado como sorprendente para que nos demos cuenta de que cualquiera, sea cual sea su edad, status o poder adquisitivo, puede caer en una relación de dependencia emocional. ¡Y también todos podemos superarla!
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