Esperando que el otro deje a su pareja…
Hoy quiero hablaros de la historia de Gabriela, porque últimamente he vivido su historia repetidas veces con diferentes personas que han venido a la consulta.
Hasta hace poco, Gabriela estaba casada con Jonathan. Su vida, aparentemente era perfecta pero por algún motivo, algo se activó en su interior cuando Carlos se cruzó en su camino. La atracción fue mutua y no pudieron o no quisieron hacer caso omiso de lo que sintieron desde el primer momento.
Intercambiaron sus teléfonos, empezaron a escribirse mensajes, luego se mandaban correos electrónicos, con textos, canciones, etc..hasta que decidieron verse. Y allí empezaron una historia paralela.
Un detalle, también importante es que Carlos estaba casado. Él no era feliz en su matrimonio desde hacía tiempo. Habían caído en un rutina que les había distanciado tanto que ya no tenía ningún interés en que aquello funcionara. El problema era que su mujer no quería ni hablar de separarse (sobretodo con la excusa de los hijos) y se hacía la víctima cuando él lo planteó en dos ocasiones. Se ponía a llorar montando grandes dramas y él se sentía culpable y le decía que lo olvidara y que iban a seguir con la relación.
Fue en aquel entonces cuando apareció la preciosa Gabriela. Ella era fuerte, emprendedora, activa y muy positiva. Se enamoró de ella en pocos días. Y lo mejor era que ella le correspondió.
Gabriela se enamoró de lo afectuoso que era Carlos y las ganas que tenía de hacer y compartir cosas juntos.
A los cinco meses, Gabriela habló con su marido y se separó. Fue muy duro pero al conocer a Carlos se dio cuenta que le faltaban muchos ingredientes en su matrimonio. Ya no quería seguir allí y afrontó aquel cambio en su vida.
¿Qué pasó entonces?
Sucedió lo que sucede en tantísimas ocasiones. Carlos le prometía que se separaría, que era con ella con quien quería estar y con quien era feliz. Le decía que era con ella con quien deseaba hacer realidad todos aquellos proyectos que habían imaginado tantas veces, los viajes que habían soñado y su futuro juntos. Ella le creyó, a pesar de que empezaron a pasar los meses y nada cambiaba. Él seguía allí cada vez con una excusa nueva, con un nuevo pretexto.
Primero fue porque tuvo un problema en el trabajo y le quitaron responsabilidad con lo cual, no podía generar cambios bruscos en su vida personal. Después le bajaron el sueldo con lo que no podía afrontar la separación en caso de que no se entendieran. Más tarde su mujer se enteró de todo y luego él entró en shock y quedó paralizado por las emociones de culpa, miedo y pena.
Como todas las personas que tienen que vivir un proceso de este tipo, Gabriela sufrió muchísimo. Sólo hacía que pensar en que habían hablado de muchas cosas, se habían sincerado y conectado a un nivel muy profundo y que todo aquello no podía ser en vano. Pero aun así, llega un momento en el que te das cuenta que te pasas más días llorando de lo que jamás habrías imaginado y te ves a ti mismo esperando y luchando por algo que ni si quiera sabes si tienen ningún sentido.
Llega un momento en el que te tienes que rendir. Tienes que decir hasta aquí, no puedo más. Tienes que retirarte de la partida y recuperarte a ti mismo.
De nada sirve empezar a ponerte fechas límite para hacer un cambio. Si te estás planteando esto, es porque cualquier fecha que te puedas marcar, hace tiempo que debería haber caducado.
Por duro que parezca, cuando vivimos esta situación, lo mejor que podemos hacer es rendirnos. Debemos centrarnos en nosotros, en recuperar nuestra vida y cortar la obsesión que nos ha acabado generando el otro y su situación. La espera puede ser devastadora.
Si en un futuro su situación cambia y quiere venir a buscarnos, ya vendrá y dependiendo de cómo estemos nosotros podemos retomarlo o no. Lo que no podemos hacer es sumirnos en una eterna espera de algo que ni siquiera sabemos si acabará por suceder.