Marlene y su historia de (des) amor
En esta ocasión os quiero hablar del caso de Marlene. Ella es interiorista, autónoma, independiente, sociable, tiene muchos amigos, le gusta cuidarse y siempre ha pensado que no le da miedo la soledad.
Hace dos años, conoció a Carlo, un deportista de élite italiano, después de que les presentara un amigo común en Bilbao. Hacía apenas unas semanas que Marlene había conseguido romper con una relación de lo más tóxica. Un día no pudo más y se largó. A las pocas semanas le presentaron a Carlo. Guapo, seductor, educado…y casado. De entrada ella le vio como un amigo, pero no tardaron en atravesar esa frontera tan frágil cuando aparece el huracán de la pasión.
Ella se lo tomaba como un pasatiempo, ya que tenía muy claro que él estaba casado y no quería problemas. Pero lo que tenía que ser algo puntual, se fue repitiendo y cada vez se hizo más frecuente hasta que él le empezó a decir que estaba enamorado de ella, que la amaba y que quería estar con ella. En ese punto, Marlene empezó a plantearse la relación más en serio y en seguida se ilusionó con aquella posibilidad. Al fin y al cabo le gustaba mucho y hacía tiempo que no conocía ningún hombre con quien tuviera tanta sintonía.
Él tenía hijos (que ella había conocido, en calidad de “amiga”) y mujer. ¿Qué ocurrió? Pues ocurrió lo que ocurre normalmente en estos casos. La mujer descubrió unos mensajes comprometedores en el móvil de él y se puso furiosa al tiempo que empezó las estrategias para que él no la dejara.
Ante aquel hecho, él casi de manera automática intentó mostrarse arrepentido y aceptar todo lo que ella le exigiera, suplicar perdón y arrastrarse si hacía falta. Mientras tanto, le decía a Marlene que no quería perderla a ella, que por favor le diera tiempo. Ya sabéis qué ocurre con eso de pedir “tiempo en una relación“. Ella a su vez, cometió el error más frecuente en estos casos: aceptó el tiempo y puso una fecha límite. Por supuesto eso fue un auténtico calvario.
Él no dejaba de escribirla para explicarle lo mal que estaba y las ganas que tenía de estar con ella, pero a efectos prácticos seguía con la mujer. Fueron de vacaciones y todo y ahí sí que él se desconecto totalmente. Y fue justo en ese punto cuando Marlene despertó. Ya no podía más.
Se dio cuenta que era humillante estar esperando que él decidiera si quería estar con ella o no, que se decidiera a demostrar con hechos lo que tantas veces le prometía con palabras. Nunca se hacía realidad.
Decidió poner punto y final, se lo dijo y cortó todo contacto. Él enloqueció (cosa que también acostumbra a suceder). ¿Por qué? Porque estaba completamente enganchado a ella, tenía dependencia emocional. Con su mujer no era feliz, por eso construyó la relación paralela con ella y le prometía todo y más, y por eso quería mantener la relación con Marlene, era su brisa de aire fresco, su oasis, su luz, aunque no brillaba suficiente para él, como para decidir estar con ella.
En estos casos acostumbran a exponer argumentos basados en “es que no le puedo hacer esto a ella”, “es que se pondrá muy mal, ahora no es un buen momento”, “es que los hijos”, “es que la reputación, nuestro entorno”, “ten paciencia”, “ya nos queda menos”… y un montón de estupideces más. Y digo estupideces, porque lo único que hacen al decir eso, es encadenar a la otra persona ( a la que NO eligen ), a una historia de fantasía, que no encaja con su realidad.
Todo esto desgasta y destruye tanto, que uno puede llegar a tener la sensación de haberse perdido a sí mismo. De estar cada día más lejos, de sus sueños, de lo que era antes, de lo que había conseguido y de lo que desea volver a ser.
Afortunadamente Marlene tocó fondo, una vez más. Y estaba dispuesta a aprender, esta vez sí, lo necesario para que no hubiera otra relación como aquella. Nunca más.
Cuando aprendemos, cambiamos. Y cuando hay cambio, ya no volvemos a repetir los mismos errores.