El caso de Marta

Marta acudió a mi consulta en busca de ayuda. Llevaba años tomando ansiolíticos y su pena no cesaba. No comprendía nada. No comprendía por qué, si Jesús la había dejado hacía cinco años, ella seguía llorándole, sobre todo si tenía en cuenta que no fue feliz con él ni un solo día de los treinta y nueve años de matrimonio que compartieron. Él fue su primera y única pareja. Le eligió para huir de una familia en la que no encontraba cariño ni comprensión.
Aguantó todo en su matrimonio: que Jesús desapareciera los fines de semana, que no trabajara y se gastara el dinero que ganaba ella, que jamás se comunicara, que no le diera ninguna muestra de afecto, que no colaborara absolutamente en nada de su vida en común… Nada. No eran ni amigos, ni amantes, ni nada de nada. Ella le asistía a él, y poco más. Tuvieron dos hijos a los que ella siente que no dio el cariño que merecían.
Su mayor pena era por qué no transmitió a los niños el amor que sentía por ellos, por qué nunca supo decirles «te quiero».
Además, ¿por qué seguía llorando y conectando con la rabia hacia su marido que hacía tiempo se había ido?
Marta sentía muchísima ira, pero no era hacia su marido por haberla tratado tan mal, ya que él jamás la obligó a que siguiera a su lado, a que le aguantara. La rabia que sentía Marta era hacia sí misma, por haber soportado tantos años a su lado y no haberse largado. Ella era la que trabajaba, era autosuficiente, podría haberlo hecho. No lo hizo porque no se sentía capaz de salir adelante sola y juzgó que seguir allí era lo mejor para sus hijos, como tantas otras personas creen demasiado a menudo. Este es un grave error, puesto que como siempre decimos, para los hijos es mucho más sano ver a sus padres separados pero felices, que juntos y en una relación completamente tóxica.
Por otro lado, en el transcurso de las sesiones, Marta comprendió por qué no dio a sus hijos todo el cariño que hubiera querido.
La verdad es que cuando revisamos su historia personal, su infancia y todo lo que de niña había vivido, ni yo misma pude evitar levantarme y abrazarla fuerte… Hay personas que han sufrido tanto, tanto…, y era precisamente por ese motivo, por los abusos, por los castigos, por los abandonos, por la falta de empatía, de cariño, de protección, de salud, con la que aquella niña había crecido, por lo que de mayor no tenía unas pautas de conducta afectuosas. Para ella todo lo malo que le pasaba era «lo normal», puesto que era con lo que había crecido.
Siempre trató bien a sus hijos, pero no sabía transmitirles todo lo que sentía por ellos a pesar de quererlos más que a su vida. Su madre nunca se había comportado afectuosamente con ella ni le había transmitido ninguna palabra de cariño o reconocimiento. Y si ahora alguien la abrazaba no lo soportaba, se ponía a llorar desconsoladamente sin saber por qué.
Hoy Marta es una mujer nueva. Es consciente de cómo todo lo que vivió le ha influido a la hora de poner límites en su relación y en su vida, y con el trato hacia sus queridos hijos. Se ha perdonado a sí misma por todo lo que aguantó con su exmarido, comprendiendo que no se daba cuenta de por qué lo hacía y sabiendo que no pudo hacerlo mejor.
Tiene claro que no volvería a tolerar nada parecido y ha hecho las paces consigo misma. También se ha reunido con sus hijos y les ha dicho todo lo que siente por ellos y que nunca había conseguido transmitirles. Aquella conversación duró horas, y la describe como «el momento más importante y maravilloso de mi vida».
Hoy Marta se quiere, sabe lo valiosa que es y siente que merece rodearse solamente de personas que también lo tengan claro. Hoy Marta es feliz.