“No creo en los psicólogos”
Si alguno de los que estáis leyendo este post es Psicólogo, seguro que en más de una ocasión os habréis encontrado con un caso parecido al de Héctor. Él pidió cita hace un año y medio y la canceló en el último momento (cosa que desafortunadamente también sucede de vez en cuando). La cuestión es que volvió a pedir hora hace poco y finalmente llegó su día.
Al entrar me transmitió una mezcla de indecisión y resignación. A medio camino entre la vergüenza del que se pregunta qué hago aquí y el que tiene asumido que es la última esperanza para escapar de un callejón sin salida en el que lleva tiempo acorralado.
Le dije que podía sentarse y al preguntarle por el motivo de su visita, me miró y me dijo decidido: “Mira Silvia antes que nada quiero decirte que yo no creo en los psicólogos”.
La verdad es que cuando escucho esta frase, no puedo evitar dibujar una sonrisa en mi foro interno. Es tan incongruente y ambigua, que siempre me sorprende cuando la escucho.
Soy consciente que uno, por desesperación hace cosas que jamás hubiera pensado que llegaría a hacer, lo se, pero aun así, sé que debes tener un mínimo de confianza para ir a gastar tu dinero y tu tiempo en aquello.
Si lo analizo, me doy cuenta que Héctor me pide ayuda pero antes que nada quiere manifestar su rechazo hacia mi trabajo. Esto quizás le hará sentir más seguro en caso de que no consiga ayudarle y podrá sostener su teoría de que aquello no sirve para nada.
Normalmente los que se presentan así, con esa frase, son los que siempre han afirmado frases como: “el trabajo de un psicólogo no sirve”, “eso sólo es para débiles” o “yo esto no lo necesitan porque ya sé lo que tengo que hacer” (a pesar de seguir sin solucionar absolutamente ninguno de los conflictos que tienen).
Pero a pesar de todo ello, allí estaba Héctor, sentado frente a mí con una hora por delante para que yo le ayudara a salir del laberinto en el que se encontraba.
Siempre tengo muy claro que si uno viene al psicólogo es porque confía en que le ayudemos. A lo mejor somos su última esperanza, si desde su punto de vista ya han probado con todas las otras opciones posibles. Pero aun así, insisto, la esperanza está.
Por lo tanto, y yo sabía que desde el momento en que Héctor se había atrevido a venir a verme, era porque había una parte en él que sí que creía en mí.
Y es que sin duda, la existencia de esa parte, por pequeña que sea, es completamente imprescindible para el éxito de nuestro trabajo. En unas sesiones Héctor salió de aquel callejón y me prometió que nunca más iba a repetir aquella frase desafortunada. Comprendió que en realidad, se trataba de una creencia que había incorporado (por educación, malas experiencias, etc.) pero que como siempre, si abrimos nuestra mente a lo nuevo y somos valientes como para experimentarlo por nosotros mismos, podremos tener un nuevo criterio mucho más ajustado a una nueva realidad: la nuestra.
¿Te ha sucedido algo parecido?