Síndrome del corazón roto
Sandra era feliz en su matrimonio con Esteban. Llevaban seis años y medio de relación y estaban muy ilusionados porque por fin, después de muchos cambios y dificultades parecía que las cosas empezaban a ponerse a su favor. Esteban había tenido que cambiar varias veces de trabajo, era un chico muy válido pero no encontraba lo que buscaba. Finalmente le salió la oportunidad que siempre había buscado. Era en Madrid y le quedaba un poco lejos (ellos vivían en un pueblo que quedaba a una hora y media), pero creyó que le compensaba. Era su momento y no podía dejar escapar aquel regalo de la vida. Con sus cambios de trabajo anteriores, Sandra le apoyó siempre e intentó animarle demostrándole su confianza en él. Creía en él y sabía que saldría adelante a pesar de las dificultades y los meses que estuvo en el paro, bastante deprimido.
Con la ilusión de este nuevo trabajo habían decidido mudarse a un piso más grande, un ático luminoso y renovado en el centro de su pueblo. Sandra lo vivía como un sueño hecho realidad y además habían decidido que era el momento de tener su primer hijo.
Mientras Sandra empezaba a soñar con ser madre y a dibujar mentalmente su futuro próximo lleno de nuevas ilusiones, Esteban se sentía cada vez más entusiasmado con sus nuevos proyectos y posibilidades profesionales. Era una empresa que estaba creciendo mucho y en la que fue muy bien considerado desde el principio. Un equipo joven, dinámico y muy creativo que le aportaba las ganas de seguir adelante que hacía un tiempo casi había perdido.
Al cabo de unos seis o siete meses, hubo unos días en los que Esteban se tuvo que quedar en Madrid algunas noches por temas de trabajo. Tenían que entregar un proyecto muy importante y trabajaban todos más horas de las habituales. Sandra nunca se opuso, lo entendía a pesar de echarle de menos y coincidió también en esos momentos, que se dio cuenta de que estaba embarazada. ¡Embarazada!! Con la ilusión que les hacía y la vida les había traído también ese regalo. Se moría de ganas de contárselo a Esteban, no podía esperar el momento en el que él llegara para contárselo…
Finalmente a los dos días él volvió de Madrid. Sandra había preparado una cena especial, compró el vino que a él tanto le gustaba y le esperaba con más ilusión que nunca.
Esteban llegó, pero algo en él era diferente. Estaba extraño, como más frío, distante, era como si se tuviera que esforzar en ser como antes pero ella le conocía bien y no era lo mismo.
Le preguntó qué le pasaba y él insistía en que todo estaba bien. Ella quiso creerle a pesar de que su intuición le decía lo contrario. Le dio la gran noticia y él pareció alegrarse. Hicieron el amor y ella también notó algo diferente en él. Pensaba que igual eran esos días separados, quería convencerse de que todo estaba bien, que no ocurría nada y se esforzaba por no pensar pero no podía. A las tres de la mañana se levantó porque no podía dormir. En el comedor estaba el móvil de Esteban y algo le dijo que lo mirara. No quería hacerlo, ellos dos siempre habían sido un equipo, eran muy buenos amigos, confiaban el uno en el otro, tenían los mismos valores, tenían un proyecto en común, se respetaban, había confianza, apoyo, admiración…¿qué podía pasar?
Pero no pudo abstenerse. Cogió el móvil y miró los mensajes y allí empezó su pesadilla. Había empezado hacía tres meses y se llamaba Mónica. Vio mensajes que le hicieron tanto daño que creyó que no iba a poder soportar tanto dolor. . . ¿Cómo podía aquello ser cierto? Era imposible…¡No!…¡Esteban no podía ser aquél!…Pero lo era.
Los siguientes días fueron otra pesadilla peor aún que aquella sorpresa tan desagradable. Esteban, que siempre había sido un chico a quien le había costado expresar sus emociones, se sentía tan perdido y tan desconcertado que no era capaz de darle ninguna explicación. Le dijo que con ella estaba todo bien, que era él, que lo sentía mucho, que no sabía qué le había pasado. Aunque ella intentó por todos los medios comprender qué falló, no encontró ningún otro argumento que el de “no lo se, no te lo se explicar, lo siento”.
Después de aquello, él le prometió que no hablaría más con Mónica aunque evidentemente si la tenía en el trabajo esto no iba a ser tan fácil. Sandra estaba dispuesta a apoyarle en lo que fuera, intentaba olvidar lo que había leído y se centró en hacer lo que hiciera falta para salvar su bonita relación.
Aun así, a pesar de la buena voluntad por su parte, cada día era una agonía para ella. Cuando él se iba por la mañana, no podía dejar de pensar en si hablaría con ella, en si se verían, en lo que debían hacer…era una tortura mortal y se daba cuenta de que iba a volverse loca. Por las noches le hacía preguntas que no obtenían ninguna respuesta. Él le decía que no hablaba con ella pero dos veces que le miró de nuevo el móvil vio que mentía y que todo seguía igual. Esto eran como hachazos en su corazón. La confianza se iba perdiendo.
Hasta que un día él se armó de valor y le dijo “lo siento Sandra, me duele en el alma todo esto, pero no estoy bien y quiero que nos separemos”. Así, sin más.
Ha pasado un año de aquello y Sandra aún no sabe qué es lo que le pasó a Esteban. Aún no ha conseguido que él le diera ninguna explicación al respecto.
Cuando te dejan inesperadamente: síndrome del corazón roto
Estas situaciones son las que denominamos “Síndrome del corazón roto”. Son de “ataque y derribo”, de repente te dan un golpe que no esperas y todo cambia sin que ni siquiera sepas por qué. Te quedas desubicado, en shock, como si hubiera pasado un tsunami y se hubiera llevado toda tu vida y te quedas como…”pero dónde estoy…y ahora qué….”.
Son, tal vez, las rupturas más traumáticas y dolorosas que hay, porque la persona que es abandonada, no entiende nada. Pueden darse en cualquier momento de la relación, tanto si llevan dos meses como veinte años y hay muchísimos casos, pero el dolor es exactamente el mismo. Está claro que cuantos más recuerdos y proyectos hayamos compartido, más difícil nos será asimilar la pérdida, pero el dolor que siente quien es abandonado si motivo aparente y cuando parecía que todo era fantástico, es el mismo.
Para que podamos asimilar una ruptura de pareja (para lo que todos sin excepción estamos preparados) es muy importante que tengamos un por qué. Cuando la otra persona, ya sea por miedo o por cobardía no nos da una explicación, eso nos destruye por dentro. El no entender nos mata. Empezamos a revisar todos y cada uno de los capítulos de la relación: “tal vez ese día fui demasiado dura”, “tal vez cuando me dijo aquello tenía que haberle prestado más atención”, “y si no estaba satisfecho/a a nivel sexual…pero yo creo que sí…”.
Las que actúan así, acostumbran a ser personas con dificultades para expresar sus emociones de manera honesta, ya sea porque nunca lo han hecho ya desde pequeños, porque les han enseñado a no hacerlo en casa, o por miedos e inseguridades. A veces para no hacer daño prefieren no hablar, y no se dan cuenta que el daño que provocan así es aún mayor.
Al fin y al cabo, todos nos podemos enamorar de otra persona en cualquier momento, lo deseemos o no. Y al contrario de lo que pensamos muchas veces, sí que nos puede pasar aunque estemos bien en nuestra relación. No necesariamente nos tiene que faltar algo para que nos atraiga otro que lo tenga. Lo importante, si esto nos ocurre, es que nos sentemos y analicemos la situación. Debemos plantearnos si estamos dispuestos a perder nuestra vida construida hasta el momento por aquella nueva persona. Si no queremos que esto pase, lo más recomendable es sin duda “dejar ese trabajo”. Aunque parezca muy radical, cuando el enamoramiento asoma la cabeza, o lo cortamos de raíz o nos va a ser muy difícil controlarnos.
Otra opción también muy válida es que lo hablemos con nuestra pareja, que se lo compartamos, que le digamos “quiero compartirte que me siento mal porque me estoy sintiendo atraído/a por esta persona que trabaja conmigo y no quiero que esto me pase, no quiero que esto nos traiga malestar, no se qué debo hacer”.
Si lo hablamos desde la humildad, el respeto y la confianza y tenemos una pareja que está a la altura, nos ayudará a tomar una decisión que, si todo va bien, nos facilitará salvar la relación. Si por otro lado, decidimos dejarnos llevar, implicando esto tener inicialmente una relación paralela con la otra persona y viéndonos involucrados en una historia de infidelidades, mentiras y engaños, vamos a sufrir muchísima ansiedad y crearemos muchísimo dolor, que con un poco de sinceridad habría sido innecesario.