El décalogo de la amistad verdadera
Los buenos amigos son un parte imprescindible de nuestra vida. Son sinónimo de salud, bienestar, risas, buenos momentos y felicidad.
¿Cómo saber si una amistad es verdadera?
Aquí tienes mi decálogo particular para descubrirlo.
- Los amigos, un ingrediente imprescindible para ser feliz. Cuando nos abrazamos a ellos, nos besamos, nos llamamos o nos “wasapeamos” o cuando alguno cuenta algo que nos hace reír a carcajadas, nuestro cuerpo libera endorfinas. En su compañía sentimos conexión, paz, cariño y apoyo. Se fortalece nuestra autoestima y eso, en definitiva, nos hace felices.
- Elegimos a nuestros amigos por quiénes son y por cómo somos. La amistad es desinteresada y de elección propia. Elegimos a nuestros compañeros de fatigas porque nos sentimos bien a su lado, porque nos gusta cómo son, porque nos complementan y porque con ellos compartimos intereses, gustos o aficiones.
- La amistad se construye y, si es de verdad, puede durar para siempre. A un amigo le elegimos porque nos hace sentir bien estar a su lado, porque nos gusta cómo es y por lo que nos aporta. Las vivencias que se coleccionan en compañía de un amigo forjan el vínculo que nos une y, aunque un día entraran en nuestra vida por casualidad, sí los cuidamos, se mantendrán firmes a lo largo de los años.
- Con un amigo te sientes más libre de ser quien eres realmente. Porque con ellos no sentimos el mismo compromiso que creamos con las parejas o la familia con quienes vamos estableciendo ciertas normas, roles y límites. A un amigo, no le queremos cambiar. Le aceptamos cómo es. Por esa razón, con nuestras amistades nos sentimos más libres y aceptados, lo que aumenta la seguridad en nosotros mismos y mejora nuestro auto concepto de forma notable.
- Siempre están ahí cuando los necesitas. Un buen amigo nos conoce mejor que nadie. A veces, mejor incluso que nuestra propia familia. Comprenden y aceptan nuestras flaquezas, sentimientos y defectos. Son imparciales, no nos juzgan y forman una red de apoyo en la que amortiguar las penas y potenciar las alegrías.
- Aunque no le veas mucho, el sentimiento permanece intacto. La voluntad compartida de querer ser partícipes de todo lo que sucede, lo bueno (para lo que cualquiera sirve) y, sobre todo, lo malo (cuando de verdad uno se retrata), no está sujeta a excusas y, aunque la distancia se interponga, en los reencuentros parece que, por los buenos amigos, no ha pasado el tiempo.
- Pasar tiempo con ellos es como sentirse en casa. La posibilidad de ser con ellos más honestos y transparentes, así como todas las vivencias y anécdotas que se acumulan con el paso de los años, nos hace sentirnos conectados, que les importamos y que nos valoran de verdad. Estar con ellos es, así, estar en casa.
- Un amigo te acompaña, se ríe y llora contigo. Porque una relación de amistad debe cimentarse en la empatía, y en ella tienen mucho que ver las emociones que experimentamos en compañía de nuestros amigos. La aceptación, la diversión y la complicidad juegan un papel fundamental.
- Un amigo jamás nos juzga por nuestros errores. Y es que un buen amigo acompaña, apoya y motiva a crecer. Un buen amigo no juzga, ni critica, y tampoco deposita en nosotros expectativas inalcanzables. Un amigo te conoce mejor que nadie, con tus virtudes y con tus defectos, y con ellos podemos mostrarnos sin complejos.
- La amistad es un valor necesario, y debemos cuidarlo. Porque nuestros amigos nos dan la vida y, aunque tomemos caminos diferentes, es necesario trabajar y saber encontrarse en las diferentes etapas. Y es que estar rodeado de amigos debería convertirse en una de las prácticas más recomendables en la vida de cualquier persona que busque ser feliz.