Pérdida de un ser querido: cuando el alma duele
Quiero empezar este post, con las palabras de Sigmund Freud (1917) sobre el tema:
“La muerte es algo natural, incontrastable e inevitable. Hemos manifestado permanentemente la inequívoca tendencia a hacer a un lado la muerte, a eliminarla de la vida. Hemos intentado matarla con el silencio. En el fondo nadie cree en su propia muerte. En el inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad. Y cuando muere alguien querido, próximo, sepultamos con él nuestras esperanzas, nuestras demandas, nuestros goces. No nos dejamos consolar y hasta donde podemos nos negamos a sustituir al que perdimos”
Si bien sabemos que el ingrediente principal de que está hecha la vida son los CAMBIOS, también nos hemos dado cuenta de que hay cambios más difíciles y más duros de aceptar que otros.
La muerte de un ser querido, cualquiera que sea el vínculo, es la experiencia más dolorosa por la que puede pasar una persona. De repente sentimos que toda la vida, en su conjunto, duele. Nos duele el cuerpo, nos duele la identidad y el pensamiento. Nos duele nuestro entorno y nuestra relación con él. Nos duele el dolor de la familia y amigos, nos duele el corazón y el alma.
Sentimos que lo único que calmaría tanto dolor, sería el regreso de la persona amada… y al mismo tiempo sabemos que esto no es posible… y la herida aún duele más.
Inevitablemente la muerte es parte de cada vida que vivimos.
Y para superar este cambio tan importante que supone la pérdida de un ser querido, es necesario hacer un proceso de duelo.
Se sabe que el duelo tiene unas etapas que se dan en la mayoría de los casos, y son las siguientes:
–Incredulidad: aunque ya nos lo esperáramos, hay un momento que la noticia nos produce una especie de shock, un momento de negación, de confusión, en el que no entendemos lo que nos está pasando.
–Regresión: porque uno de repente rompe a llorar desgarradoramente, grita, patalea como un niño… no hay palabras lógicas para expresar lo que se siente en ese estado de explosión emocional.
–Furia: rabia, enfado, podemos pasar momentos en los que nos enfadamos con todos, con todo, intento de buscar un culpable, un responsable… aun así, una vez más sabemos que detrás de la furia, de la ira, de la rabia, siempre está una profunda tristeza.
–Culpa: a menudo también aparece la culpa, nos sentimos culpables por haberle o no haberle dicho tal cosa, por no haber hecho tal otra, por no haber estado en tal sitio… es parecida a la furia, pero la culpa, como siempre, es mentira y no debe quedarse en nosotros.
–Desolación: la etapa más dura, donde conectamos con la verdadera tristeza. Conectamos con la soledad de estar sin el otro, con los espacios vacíos que este ha dejado, con nuestros propios vacíos interiores. En esta etapa es posible que tengamos percepciones extrañas, despertar sintiendo la voz del difunto, verle en sueños, etc…
–Fecundidad: pasada la etapa de desolación empezamos a vislumbrar a lo lejos la salida. Se pueden hacer cosas dedicadas a esa persona, inspiradas en ella.
–Aceptación: la llegada a este punto, no significa que todo pasó y ya está resuelto. Se trata de sentir que yo no sería quien soy si no hubiera tenido esa persona a mi lado, conectar con todo lo que quedó en mí, de esa persona. La conciencia de lo que el otro dejó en mi ser.
Todos tenemos la capacidad de atravesar un duelo, pero a veces si nos quedamos atascados en una de sus etapas, es cuando podemos necesitar la ayuda de un terapeuta. Aun así, está demostrado que las herramientas más útiles para estos momentos, son un abrazo fuerte, la posibilidad de compartir nuestra historia, el llanto acompañado, el hombro firme, el oído atento dispuesto a atender nuestra necesidad de hablar. Nadie mejor que nuestros seres queridos para atender nuestras demandas.
Sabemos que un duelo ha sido elaborado cuando la persona es capaz de pensar en el fallecido sin el dolor intenso, cuando vuelve a poner sus emociones en la vida y en las personas de su alrededor.
Aun así el que ha elaborado un duelo, no por eso olvida la pérdida una vez terminado el proceso. Queda lo que Jorge Bucay llama “el recuerdo de la cicatriz”. El dolor de la cicatriz nos sigue recordando el pasado. Y aunque cada año las cicatrices hablan en voz más tenue, a veces pasa mucho tiempo hasta que dejan de recordarnos lo perdido. Incluso hay algunas cicatrices, que sin duda, dolerán siempre.