Aceptar lo que no puede ser

Domingo por la tarde. A menudo me sucede que lo que más me apetece hacer los domingos por la tarde es encender el ordenador y ponerme a escribir. Ni tan solo tengo que pensar en qué, simplemente miro la pantalla unos segundos y mis dedos empiezan a danzar apretando teclas como si estuvieran programados por alguien más.
Hoy estaba mirando unas conferencias en Youtube, y me di cuenta que la mayoría de los profesionales que nos dedicamos al campo del desarrollo personal, insistimos de manera incansable en que para conseguir nuestros propósitos hay tres premisas que son básicas: tener objetivos claros, comprometerse con ellos y persistir hasta conseguirlos.
Y en cierto modo estoy completamente de acuerdo con esa idea. Yo, por ejemplo, soy una verdadera obsesa de mi trabajo. Prácticamente no pienso en otra cosa a lo largo de cada día, de cada minuto, de cada segundo, de cada semana, de cada mes. Me encanta, es lo que más me gusta hacer, y es raro que hable de cosas que no tengan ninguna relación con él.
Tengo muy claro que aquel que consigue lo que se propone es porque no piensa en otra cosa que en sus objetivos y si se cae se levanta y si vuelve a caer intenta aprender qué es lo que ha hecho mal y con esa información lo intenta de nuevo con más ganas. Hasta que al final llega el premio.
¿Pero, qué pasa cuando nuestro objetivo es conseguir que otra persona nos quiera o se enamore de nosotros?
En este caso la teoría del esfuerzo, la persistencia y la constancia os aseguro que puede ser mucho más dañina y destructiva que ninguna otra cosa.
Por un lado tenemos los objetivos que dependen únicamente del esfuerzo, la actitud y la voluntad de uno, y por otro lado están aquellos objetivos que dependen también de los sentimientos de los demás.
Veo muchas personas en la consulta que están “insistiendo”, “luchando” o “esforzándose” para conseguir el amor de otra persona que de momento, no lo siente en absoluto hacia ellos.
Y es que uno siente lo que siente. El que no siente, no siente, y no deberíamos ver nada más allá de este mensaje. Esperando ese “amor” o esos sentimientos que no llegan, podemos perder nuestra dignidad y denigrarnos con desmedida, recogiendo las migajas de alguien que jamás nos querrá.
Al fin y al cabo yo siempre digo lo mismo: ¿A quién le importa si en un futuro, a lo mejor me querrá? ¿Qué es el futuro? ¿Acaso alguien ha estado alguna vez allí? ¿Quién sabe dónde va a estar cuando llegue ese supuesto futuro? ¿Alguien tiene alguna garantía de que seguirá aquí?
La respuesta es NO. Nadie sabe de qué habla cuando habla de que “a lo mejor, algún día…”. Todo esto es igual a NADA. La respuesta es NO y sigue siendo NO.
Para que logremos vivir de manera más consciente y sintiéndonos mucho más felices, deberíamos centrarnos en todo lo que tenemos hoy, en todo lo que sucede ahora y tomar decisiones y fijar objetivos reales a partir de esta información. Lo que tengo aquí y ahora es lo único que me importa. Si quiero conseguir un objetivo muy deseado, puedo ponerme manos a la obra para empezar a avanzar en esa dirección. Si salen dificultades o problemas, el esfuerzo y la perseverancia me ayudarán a resolverlos y seguir hacia mi meta.
Pero si el objetivo implica que otra persona cambie sus sentimientos o cambie su manera de ser (y con ello también tiene que cambiar su voluntad), nos estamos equivocando de camino.
Con esto, me gustaría ayudaros a tomar conciencia de que renunciar no siempre significa ser débil. También significa que eres lo suficientemente fuerte como para aceptar lo que no puede ser.