¿Sigues allí por miedo, culpa o pena?
El otro día, mientras estaba haciendo una sesión me escuché a mi misma verbalizando esta frase: No hay nada peor que seguir con alguien por pena, culpa o miedo. Después pensé en ello durante un rato y la verdad es que creo que estos son los motivos principales por los que a menudo seguimos atrapados en relaciones que no funcionan para nosotros.
¿Por qué sigues con él/ella?
Es cierto que siempre que estoy ante un caso de relación tormentosa con dependencia emocional y le pregunto a mi cliente: ¿Por qué sigues con él/ella?, las posibilidades en la respuesta son dos:
– Porque le/la quiero. En este caso, si es una relación claramente tóxica, tenemos que empezar de inmediato un trabajo para que la persona consiga tomar conciencia de cuales son sus verdaderas emociones y sus sentimientos, más allá de lo que cree sentir. Está claro que no queremos a alguien que nos maltrata, nos manipula o que nos hace acabar llorando cada día. Y aunque no estemos con una persona tóxica o que nos hace un daño psicológico real, aunque le queramos de verdad, tenemos que darnos cuenta que a menudo amar no es suficiente. El amor tiene que estar, pero deben haber otros ingredientes igualmente necesarios e imprescindibles para que sintamos que estamos construyendo algo con sentido para ambos.
– Porque me da pena // Porque me siento culpable // Porque tengo miedo
Vamos a analizar estos tres:
– Porque me da pena y Porque me siento culpable, van siempre unidos. Siempre que uno de los dos se pone en el rol de víctima, el otro automáticamente adopta el rol del culpable. Si nos estamos planteando dejar la relación, lo habitual es que el otro no lo quiera aceptar, se aferre a nosotros, nos prometa cambios en todo aquello que deseemos y puede que incluso llegue a humillarse. Ante semejante actuación, si tenemos un mínimo de empatía hacia el otro, nos vamos a sentir culpables. Puede que creamos que al ser nosotros los que deseamos irnos, también somos los responsables de todo el dolor que siente y de todo su sufrimiento. Pues bien, no es así. Si el otro no se da cuenta de su postura victimista y completamente ineficaz, nosotros debemos tomar conciencia de que no somos culpables de nada. Si ya no le queremos, lo más honrado que podemos hacer por su bien ( y por supuesto por el nuestro) es decirle lo que sentimos y tomar la decisión. A la larga, cuando se recupere lo agradecerá.
También es cierto que he conocido personas que decían preferir estar con su pareja aún sabiendo que no recibirían amor porque el otro no les quería…con tal de no quedarse sin él/ella, aceptaban seguir allí (aunque fuera como segundo plato, tercero o cuarto…). Yo esto lo veo de lo más triste…
– Porque tengo miedo. Este también es un motivo que con frecuencia nos paraliza. El miedo es bueno y muy necesario. Nos ayuda a analizar y valorar si aquello que queremos hacer es bueno para nosotros o si por el contrario puede ser peligroso. El problema viene cuando el miedo es completamente irracional, es decir, es normal que aquello que no conocemos nos de miedo. Pero tenemos que ser capaces de evaluar el peligro real de aquella situación a la que nos queremos enfrentar. Si el miedo es a sentirnos solos, a no ser capaces de seguir adelante, a echar de menos al otro, a necesitarle y no tenerle, a arrepentirnos, a no encontrar a nadie más como él/ella…En estos casos, el miedo es comprensible que exista pero no es comprensible que nos paralice, no puede ser que nos haga permanecer allí y no nos permita dar los pasos que realmente deseamos dar.
Cuando esto ocurre, hay que reforzar la autoestima y así darnos cuenta que tenemos el potencial y las capacidades necesarias para seguir adelante sin el otro. Hemos sobrevivido mucho tiempo sin él y podemos volver a hacerlo si hace falta. Nadie es necesario para nosotros. Está claro que sí que necesitamos tener gente a nuestro alrededor, somos seres sociales y no nos va bien estar solos pero también está claro, sabido y demostrado que una persona con la que no estamos bien, jamás será imprescindible.