Dependencia emocional de una tercera persona
Lola llevaba quince años de matrimonio cuando una tarde de domingo recibió a través de Facebook una solicitud de amistad de Javier L. En el mismo instante en que vio su foto, le dio un vuelco el corazón. Tras aquella imagen de su rostro, se abalanzaron sobre ella un alud de recuerdos incontrolables. Javier había sido compañero suyo de clase durante el Bachillerato. Ella por aquél entonces estaba locamente enamorada de él, aunque él nunca lo supo. Cuando parecía que empezaban a hablar y cogerse confianza, los padres de Lola tuvieron que mudarse a otra ciudad y con aquél traslado perdieron el contacto.
Ahora habían pasado más de veinte años y Lola estaba casada. Ella no era feliz en su matrimonio desde hacía varios años pero a pesar de ello, cuando sus amigas le preguntaban qué le faltaba, no sabía explicarlo. Su marido se desvivía por ella, trabajaba duro pero el tiempo que le quedaba siempre estaba pensando cómo complacerla. De algún modo él percibía que ella no estaba bien, y eso le empujaba a darle aún más. Pero sin embargo, por mucho que le diera, ella no sentía nada. Le quería pero por ser una persona muy importante en su vida, por ser un buen hombre, una gran persona, pero no como pareja, de eso no tenía ninguna duda.
El problema, para ella, era que como estaba tan entregado, no sabía cómo decirle que no quería continuar. Tenía mucho miedo a no encontrar a nadie más que la tratara como él, a volver atrás y que fuera tarde…se esforzaba por sentir lo mismo que él pero por mucho esfuerzo que le pusiera se daba cuenta que estas cosas no se pueden forzar…
Y ahí apareció Javier, directo al corazón. Ella aceptó su solicitud, sabiendo que tal vez no debía hacerlo pero no pudo evitarlo. Empezaron a hablar y él le explicó que en todos estos años nunca había logrado quitársela de la cabeza. Que antes de que ella se fuera con sus padres él se había enamorado de ella pero nunca se lo llegó a confesar por miedo a ser rechazado, etc…
La cuestión es que él estaba casado y tenía una hija pequeña. No era feliz con su mujer pero nunca entró en detalles sobre ello. Solo ponía énfasis y se recreaba en transmitirle a ella todo lo que sentía cuando hablaban y estaban en contacto. Al final se vieron y fue fantástico para los dos. Lola se sentía profundamente enamorada y esos sentimientos la ayudaron a, pasados unos meses, poner punto y final a su matrimonio.
Sin embargo, a pesar de que Javier fue quien empezó todo aquello, a pesar de que le decía día tras día que no podría vivir sin ella, no parecía muy dispuesto a dejar también a su mujer para que así pudieran estar juntos de verdad. Le explicaba que no podía hacerlo por su hija, que no se preocupara que no tenían relaciones sexuales, que cuando la niña fuera mayor tal vez. Intentaba convencerla de que lo que tenían ellos dos era maravilloso y de que no lo estropearan.
Claro. Era maravilloso, para él. Y esta es una situación que sucede con muchísima frecuencia y con la que tenemos que vigilar mucho. Lo veo muy a menudo. La persona que está en el lugar de Javier, está casada, no es feliz, pero es demasiado cobarde como para enfrentarse a lo que realmente siente, Entonces, ¿qué hace? Busca a alguien que le aporte vida a su vida, que le aporte ilusión, ganas de levantarse, sentir el enamoramiento dentro de nuevo, etc, pero sin ninguna intención de cambiar lo que ha construido con su matrimonio y su familia. Prefieren mentir a enfrentarse y sufrir. Quien sufre es la otra persona, en este caso, Lola.
El que está en el lugar de Lola, se va obsesionando cada vez más porque es un enamoramiento que se mantiene escondido, que no se puede mostrar. tal vez lo explicamos a algún amigo cercano, pero nada más. Y como no puede salir fuera, se va ensanchando. Al no poder mostrarlo, se convierte en una relación a distancia, que alimentamos a través del móvil o el ordenador, con todo lo que este tipo de relaciones implican. La obsesión crece desmesuradamente hasta que llega un punto en el que nuestro enganche es tan grande que no podemos ni imaginar la idea de dejar de estar en contacto con esa persona. Hemos desarrollado una dependencia emocional muy tóxica. Junto a él nuestra autoestima pero si pensamos en no tenerle más se nos cae el mundo a los pies.
Si no vigilamos, pueden pasar años y darnos cuenta de que seguimos exactamente en el mismo punto. El otro con su pareja y uno solo. Tápate los oídos y mira. Por mucho que prodigue su amor a los cuatro vientos, si no prefiere enfrentarse a lo que haga falta para estar junto a quien dice amar, es que no ama.